sábado, 26 de enero de 2008

Mi héroe.



Llevava toda la tarde mirando por aquel estrecho balcón que daba directamente a la Plaza Mayor de Madrid. Vivíamos en un sitio privilegiado, y desde mi más tierna infancia supe que mi entorno había sido distinto al normal. Mi padre y mi madre habían hecho que me criara en un ambiente acomodado, y aún así, por increíble que parezca, aprendí a vivir sólo con lo que necesitaba. No abusaba de mis caprichos, ni tampoco de mis oportunidades. Tampoco de la confianza en los demás, ni , por supuesto, de mi vida. Mi vida.... llevava dos horas allí, asomado a la ventana. Sabía perfectamente, que, de vez en cuando, mis padres estaban detrás de mi, observándome en silencio, preguntándose qué sería lo que hacía. Aspiré una bocanada del aire lleno de polución de la capital. No tenía miedo. Ya no. Me giré lentamente, viendo frente a mí a mi padre y a mi madre. Sonreí, mas no fué una sonrisa sádica. Agradecí en silencio todo lo que habían hecho por mí, e intenté en mi cabeza dar excusas que no se tenían en pié, y, dando un pequeño paso de espaldas, me precipité al vacío.


Durante más de dos horas, continuó el chico mirándo por la ventana. Cualquiera habría podido pensar que simplemente estaba absorto con el bello paisaje urbano. Sus padres, que de vez en cuando se acercaban a mirar qué hacía, sin nterrumpir su embobamiento, no podían sospechar del maquiavélico plan para su final, que estaba tramando el menor. Sonrió, dándose la vuelta lentamente, haciéndo aquel momento aún más tétrico si cabía, y miró a sus padres, con un gesto de locura fácilmente perceptible para cualquiera. Tras él, entraban rayos de sol, que creaban un contraluz, dibujando su silueta en los ojos de sus padres. Dió un paso atrás, acercándose aún más a el ambiente urbano que había varios metros bajo él, en la calle. La fachada blanquecina del edificio de enfrente, invitaba al menor a que continuara con aquel extraño juego. Finalmente, ante la aterrada mirada de la madre, y la asustada mirada del padre, el chico, de no más de quince años, se precipitó al vacío. Apenas unos segundos más tarde, su cadaver, bajo la casa en la que creció, pero muchos metros bajo ésta, se hallaba esparcido por toda la calle, extendiéndose su sangre a lo largo y ancho del lugar, y de los transeúntes. Se formó un revuelo, tanto en la casa, como en la calle, y pronto todo el mundo quedó sordo por el ruido de una ambulancia, que llegaba demasiado tarde como para poder hacer algo por los restos. Nadie reparó realmente en la pequeña figura que, tras el marco de la puerta, había estado espectante, mirándo sin descanso al héroe que había representado la figura de su hermano mayor.


Estuviste allí, observándole, ¿verdad? Estuvo callado durante mucho tiempo. Apenas sabes cuánto fué, eras demasiado pequeña para controlar la velocidad de tu tiempo. Aunque sólo observabas, sin turbar su calma,no te aburrías. Era tu héroe. Era todo lo que tú querías ser de mayor. Seguías sus pasos, y, aunque él te llamaba pesada, luego siempre te besaba la mejilla. Al fin y al cabo, era tu hermano, ¿no? Tus padres sólo te pidieron una vez que no le molestaras, pero no hacía falta que te lo dijeran, aquel día, tú no entrarías haciendo ruido para llamar su atención. Ese día, solo le observaste. Te arrepientes, ¿verdad? Quizá si hubieras dicho algo, él habría reparado en que estabas allí... En tus deseos más profundos, te habría gustado que, gracias a tu aparición, su final no hubiera sido aquel. Entonces, tu padre y tu madre, ambos en el salón, a un metro escaso de aquel balcon, y por lo tanto, cerca de tu hermano, repararon en él. Se había girado, y sonreía de manera extraña. Sentiste miedo. Aunqne fueras pequeña, y no conocieras el significado de la palabra muerte, sabías que aquella tarde iba a pasar algo. Nadie sabía, y aún hoy nadie sabe, que estabas mirándo cuando ocurrió. Derrepente, tu heroe, tu modelo a seguir... tu vida.. saltó por el balcón. Y no le volviste a ver.

domingo, 6 de enero de 2008

La constancia de lo inconstante.

Y por las mañanas, aún oigo el repiquetear de la lluvia contra mi ventana. Aún espero que alguien la abra, para que suavemente me caiga en la cara. Los últimos días, ese atisbo de felicidad que duraría poco, lo sabía perfectamente.
Como siempre, los dolores volvieron. Tanto físicos como mentales. Todo el mundo venía a visitarme para llorar, y yo lo odiaba. En mis momentos de soledad, intentaba buscar mi recuerdo más antiguo, aunque cada día llegaba a alguna conclusión diferente. Aquel día.. El último día, recordé con claridad la tarta de mi tercer cumpleaños. Entonces lo llamé tarta. Hoy a mi mente sólo llega un pequeño flan con una vela que se balanceaba peligrosamente sobre él. Un tres tallado torpemente en la cera se movía sobre mi tarta como invitándome que lo soplara. Ése es mi recuerdo más antiguo, ahora por fín lo sé.
Hoy descanso, sobre la misma cama que aquellos días, pero, no de la misma manera. Las enfermeras ya no se dirigen a mí con cálidas sonrisas, ya nadie viene a cogerme de la mano para llorar.
El día en que la morfina dejó de hacerme efecto, yo ya estaba preparado para el final. Cerré los ojos, y aguanté el dolor, que tan sólo duró diez minutos. No estoy del todo seguro, pero creo recordar haber oído el pitido de mi corazon parado en la pantalla que descansaba a mi lado, antes de perder el conocimiento para siempre.
Ahora, mi muerte se basa en la rutina. Todos los días descanso sobre la cama, mirando el cielo lluvioso de la mañana que morí. Sigo esperando tu visita...