miércoles, 23 de abril de 2008

Noche




Era una noche clara. Volvía del trabajo, serpenteando entre las estrechas callejuelas de aquella intrigante ciudad a la que recientemente se había mudado. Tras doblar una calle, frente a ella se descubrió un oscuro parque, tapiado por unos muros de arbustos, y tras ellos se adivinaban las figuras de cientos de rosales, bañados por un inquietante haz de luz turquesa.

Confundida, se acercó a las puertas de aquel parque, buscando con curiosidad algún signo de movimiento, pero, tras mirar de izquierda a derecha un par de veces, comprendió que estaba desierto. Decidió volver cuando fuera de día, y movió un pie, dispuesta a alejarse de nuevo, pero sus ojos se lo impidieron, clavados en aquel mar de serenidad infinita.

Empujó levemente la puerta, esperando algún tipo de oposición por parte de ésta, pero en lugar de eso, la puerta cedió tan limpiamente, que parecía que alguien la hubiera abierto desde dentro.

Pasó con cuidado, y la puerta se cerró tras ella. Se giró levemente, buscándola, pero lo único que encontró fue un infinito muro de hojas y ramas.
Volvió a mirar al frente, y la visión le pareció más espectacular que desde fuera. Un océano de rosas blancas se expandía de lado a lado, de manera que era imposible adivinar el final del parque. Se preguntó a sí misma dónde habrían quedado los edificios que rodeaban aquel lugar, pero pronto lo olvidó, hipnotizada por aquella extraña atmósfera color turquesa.

Miró al cielo, que le devolvió la mirada, arropándola con una manta infinita de estrellas y constelaciones jamás descubiertas por el hombre.

Salió de su embobamiento, tras escuchar un leve crujido de hojas pisadas frente a ella, y buscó con la mirada de dónde provendría aquel ruido. Lo encontró, a pocos metros de ella, un pequeño ser de aspecto simpático, una pequeña bolita de pelo, que no se acercaba lo suficiente a tener parecido con ningún animal.

Se acercó con el con una pequeña sonrisa dibujada en la cara, pero aquel monstruito echó a correr hacia el lado contrario. Divertida, dejó todas sus cosas ahí, y echó a correr inocentemente hacia el animalito, inundándose de sus recuerdos más infantiles.

Así estuvo, corriendo tras aquel ser horas y horas, y cuando se alejaba lo suficiente de él, este la esperaba, claramente para seguir con aquel juego durante el máximo tiempo posible.

Decidió descansar por un rato, y se sentó a una orilla del camino, acompañada por el animalito, pero, al apoyar la mano sobre el suelo, se clavó una espina de rosa en ésta.

Dolorida, se sacó la espina, y, tras fijarse bien, descubrió que sus manos, antes ligeramente gastadas por su edad, lucían ahora un aspecto juvenil, con dedos largos y estilizados. Un poco asustada, se tocó la cara, preguntándose si todo aquello sería un sueño, palpándose una cara fina, de piel suave, sin arrugas. Se puso de pie, y echó a andar hacia donde había dejado todas sus cosas, sin tener en cuenta todo lo que había andado por aquellas interminables callejuelas de rosas.

El animal se puso frente a ella, y comenzó a llamar su atención para continuar con su juego, pero ella, en lugar de continuar jugando como había hecho antes, le dirigió una mirada aterrada, preguntándose cuales serían realmente las intenciones de aquel ser, y de todo ese laberinto.

Echó a correr asustada, pues poco a poco iba comprendiendo la realidad de todo aquel hipnotizante lugar, pero, al no ir mirando al suelo, tropezó con una rama, y cayó. Desde ahí, volvió a mirarse las manos, y, aterrada descubrió que lo que antes habían sido unas manos desgastadas por la edad, y después se habían convertido en dedos largos y estilizados de una joven, eran ahora unos dedos pequeños, de piel rosada, e infantiles. En el suelo, con lágrimas en los ojos, comprendió que, cuanto más anduviera por aquel lugar, más y más joven se haría, hasta finalmente desaparecer. Miró a o largo del camino, buscando desesperada alguna manera de salir de allí, pero no, no encontró la salida, ni las cosas, que había dejado en la puerta.

Cerró los ojos, dándose finalmente por vencida, con demasiado miedo como para moverse un milímetro, y ahí quedó, poco a poco cubierta completamente por el polvo del tiempo.