domingo, 6 de enero de 2008

La constancia de lo inconstante.

Y por las mañanas, aún oigo el repiquetear de la lluvia contra mi ventana. Aún espero que alguien la abra, para que suavemente me caiga en la cara. Los últimos días, ese atisbo de felicidad que duraría poco, lo sabía perfectamente.
Como siempre, los dolores volvieron. Tanto físicos como mentales. Todo el mundo venía a visitarme para llorar, y yo lo odiaba. En mis momentos de soledad, intentaba buscar mi recuerdo más antiguo, aunque cada día llegaba a alguna conclusión diferente. Aquel día.. El último día, recordé con claridad la tarta de mi tercer cumpleaños. Entonces lo llamé tarta. Hoy a mi mente sólo llega un pequeño flan con una vela que se balanceaba peligrosamente sobre él. Un tres tallado torpemente en la cera se movía sobre mi tarta como invitándome que lo soplara. Ése es mi recuerdo más antiguo, ahora por fín lo sé.
Hoy descanso, sobre la misma cama que aquellos días, pero, no de la misma manera. Las enfermeras ya no se dirigen a mí con cálidas sonrisas, ya nadie viene a cogerme de la mano para llorar.
El día en que la morfina dejó de hacerme efecto, yo ya estaba preparado para el final. Cerré los ojos, y aguanté el dolor, que tan sólo duró diez minutos. No estoy del todo seguro, pero creo recordar haber oído el pitido de mi corazon parado en la pantalla que descansaba a mi lado, antes de perder el conocimiento para siempre.
Ahora, mi muerte se basa en la rutina. Todos los días descanso sobre la cama, mirando el cielo lluvioso de la mañana que morí. Sigo esperando tu visita...